El Bolívar Desnudo es el monumento de nuestra ciudad que, con toda probabilidad, mejor nos identifica. Y es que nuestro Bolívar es el monumento ecuestre más famoso del país, pero ¿qué otros detalles lo hacen tan especial? Para responder a esto veamos un poco de su historia y repasemos sus singulares características.
Con motivo del centenario de la ciudad, en 1963 se erige este impresionante monumento que llena de orgullo a los pereiranos, una colosal obra de bronce bajo la tutela del maestro Rodrigo Arenas Betancourt y el ingeniero Guillermo González Zuleta. Como dato curioso, se sabe que al maestro Arenas Betancourt se le pagaron unos 300.000 pesos de la época por la que puede considerarse su obra maestra.
Lo que quizás muchos ignoren del Bolívar Desnudo es que la impresionante travesía de Bolívar, de este Bolívar, no inicia en el páramo de Pisba sino mucho más al norte, en México. Allí, sus 14 toneladas de metal fueron fundidas en los talleres del señor Abraham Holguín para luego ser transportada su apoteósica figura por barco, desde Acapulco, hasta el puerto de Buenaventura.
De allí, la escultura, sería embalada a un vagón del ferrocarril y al llegar a la ciudad se descargaría en la estación del Parque Olaya Herrera. El traslado hasta la base actual en la Plaza de Bolívar sería un acontecimiento que haría las delicias de las tertulias de los más viejos durante décadas: un impresionante desfile por toda la calle 19, acompañado de ovaciones de hombres, mujeres y niños que habían venido incluso desde los rincones más apartados de Risaralda.
Pero la figura del único Bolívar desnudo de la patria, en su momento, sería tan polémica como lo sería tiempo después la obra Cristo sin Cruz del mismo Arenas Betancourt; algunos la señalaron de plagiaria, de ofensiva y de iconoclasta. Como sea, no puede negarse la perfección de sus facetas, su imponencia y su increíble simbolismo que no se tasa en unas cuantas apreciaciones: es como un cristo desnudo, cabalgando con la llama de Prometeo, llevando esperanza a los sometidos. (Parafraseando a su artífice).
En resumen, esta obra es nuestro símbolo más reconocible; desde cualquier ángulo que se le mire, no tiene lado flaco sacarse una fotografía con esta imponente figura; un Bolívar sui generis.