Parque Uribe

El Parque Uribe, también conocido como el Lago Uribe, es sin duda alguna uno de los lugares más emblemáticos de nuestra ciudad. Y es que seguramente la persona amada de miles de pereiranos fue conocida en este lugar; como que también cientos de parejas se han tomado de la mano, caminado por su circunvalación, sentado en sus banquetas o degustado de un helado bajo una tibia tarde de domingo familiar. Sus credenciales románticas son innegables, pero conozcamos más detalles sobre uno de nuestros lugares de esparcimiento más queridos.

La historia de El Lago, como también se le conoce cariñosamente, se remonta a 1926 —tres años antes de la Gran Depresión Mundial—, cuando Pereira entra en la llamada “década prodigiosa” y cuando la Sociedad de Mejoras Públicas donó el terreno en un tiempo donde el barbero también era dentista. Para ese entonces don Salomón Villegas, quien era el panadero de la ciudad, creo una pileta que, en un santiamén, se vio llena de patos y de parejas que la surcaban en sencillas barcazas. Quizás no lo parezca ahora, pero en los años veinte llegó al parque la primera rueda Chicago y los primeros caballitos tipo tiovivo.

Y esa puede considerarse la mayor atracción de la época; sin embargo, no sobra recordar que en aquel tiempo Pereira solo era un asentamiento humano de corte macondiano. Ahora, con el tiempo el parque incorporaría los elementos más característicos de su arquitectura: el desplazamiento del busto del general Uribe; la construcción de pérgolas con enredaderas, los adoquines, banquetas, la instalación de la fuente luminosa y hasta la construcción de la iglesia Antonio María Claret en su periferia. Para el 2009, se le realiza una importante remodelación que dura varios meses; su reapertura coincidió con un 5 de diciembre en pleno alumbrado navideño.

El Parque Uribe se encuentra entre las carreras 7 y 8, y entre calles 24 y 25, en un cuadrante muy bohemio, muy cerca de La Sexta donde en unos cuantos pasos se puede disfrutar de una variada vida nocturna, bares, discotecas, pizzerías y restaurantes. Además, es perfecto para tomarse un respiro de las compras o para dejar las prisas que nacen entre los semáforos y cebras; tomarse un tinto con aroma campesino en el Camperito (un pintoresco jeep trae el mejor grano de café); ver un espectáculo de luces y agua con la cúpula de la Iglesia María Claret recortándose en el firmamento; aprovechar wifi gratuito y ver a los paisanos de toda la vida conversar largo y tendido.